viernes, julio 14, 2006

Relatos cortos

Por la mañana todo olía a gusanitos aplastados empapados en alcohol. Desde luego, no hacía falta sacar la bolsa de serrín para esparcilo por el suelo, aunque quizás sí para rellenarme la cabeza con algo. Por más que lo pensaba, no caía en cómo había podido ser tan idiota y, como cuanto más pensaba más me dolía todo, me decidí a no pensar demasiado.
Cada paso que daba por la casa crecía un poco más y sentía menos las plantas de los pies, lo cual estaba bien, porque no sé qué cosas habría esparcidas por el parqué. Los cigarros se amontonaban en los ceniceros como cadáveres fusilados y los vasos a medio llenar dormían en cada rincón, incluso en el más inesperado. Esto de hacer fiestas en casa se va a acabar...
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-¿Fue aquí, verdad?
- Sí.
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La recordaba de otras noches. No sabía como se llamaba pero supongo que no importaba demasiado, porque nuestra relación se restringía no a lo intelectual, precisamente.
Era delgada y no muy alta pero a mí me conseguía llevar muy, muy alto y no con mucho esfuerzo. Era como una droga: sin apenas propornérselo te destrozaba cuando no estaba.
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Probablemente era pedir demadiado pero supongo que no podía hacer nada más que pedir. Entonces, me agarré las piernas dobladas con los brazos y me puse a llorar, así de simple.
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Ni tan siquiera tuvo tiempo de mentirme diciendo que pronto estaría aquí de nuevo, junto a mí. Simplemente se marchó y me dejó solo, sólo que que no lo estaba y nunca volvió.