martes, marzo 28, 2006

Microrrelatos

Había en la universidad un concursillo de microrrelatos y yo, como soy muy aficionado a eso de molestar a los demás con mis palabrejas, pues mandé un par de relatos. No son gran cosa, pero bueno, cada uno a su estilo, tienen algo de bueno. El primero es una metáfora algo rebuscada y el segundo un simple relato sobre una parte del día a día de alguien (que podría ser yo...). Allá van, espero que os gusten (no son largos, tranquilos):
EXCUSAS BIZARRAS
Sólo era un árbol que le hablaba, nada más. Algo que contar al día siguiente o algo imposible de recordar, sin término medio. “¿Dónde estoy?”, le preguntó. Pero no le respondía. “Te he oído hablar, responde”, le suplicó. “No quiero pensar que me estoy volviendo loco”. Pero no le respondía. Cayó al suelo rendido, mirando al suelo, sumiso, mareando las hojas del suelo con sus manos. De pronto, su mano se cerró y exprimió las hojas caídas, mientras lanzaba el puño contra el árbol. “¡Háblame, te he oído!”. Pero no le respondía. Se apretó la mano entre los muslos para amortiguar el dolor, mientras cerraba los ojos y se retorcía. La mano sangraba y le dolía en una sinfonía lacónica de ensayo y error que nunca se escucha lo suficiente. Entonces, abrió los ojos y le miró de nuevo, enfadado. “Si no quieres decir nada, tendré que obligarte”, dijo amenazante. “Vamos, di algo”. Pero no le respondía. Escudriñó entre sus bolsillos en busca de algo afilado y encontró una navaja suiza, de esas que dudas que tengan algo que corte de verdad. Pero era suficiente. La sacó lentamente y se la enseñó. “Me estás obligando a esto”. Palpó con los dedos buscando la herramienta apropiada para la ocasión y no tardó en aparecer. Cortaba y, con eso, bastaba. “No hay porqué seguir adelante, sólo háblame”. Pero no le respondía. Se lanzó contra el árbol, hundiendo la navaja en su corteza. “¿Te gusta? Seguro que no, háblame y pararé”. Pero no le respondía. “¡Háblame!”. Entonces, siguió apuñalando la piel del tronco, sintiendo como la savia salía lentamente, humedeciendo la hoja. “Te pondré mi nombre, para que no te olvides de mí, ya que no quieres decir nada”. Primero una “D” y después el resto, lentamente, sin mucha precisión, pero con un resultado vistoso. “¿Creías que no me atrevería? Esto te pasa por no contestarme”. Se alejó unos metros, sin dejar de mirarlo directamente y, cuando había dado 10 pasos, guardó la navaja y se dio la vuelta tranquilamente. Y el árbol siguió allí, no le respondía y nunca lo iba a hacer.
DESPERTARES
Cuando suena la alarma es como si se quemara la nube del cielo en la que duermo con mi ángel. En ese momento nos volvemos el uno al otro, aún sin abrir los ojos que, perezosos, aún tardarán en despertar. Nos tocamos, nos abrazamos, nos sentimos, sentimos que estamos allí, juntos, aunque, por lo menos uno se tenga que marchar. Un ronroneo rodeado de lamento sale de mis labios lentamente, mezclando un “no” con un “mmm”. Pero, al final, siempre acaba llegando el momento en que se marcha, el momento en que nos besamos y sale hacia la gélida realidad de la mañana en su habitación. Apenas puedo abrir los ojos pero, con la luz del baño, es suficiente para verla marchar. Cuando se levanta la cama se llena de vacío y yo lo espanto rellenándolo, solidario, con todo mi cuerpo extendido en noventa centímetros de sueños. Doblo las rodillas, estiro las piernas y me acomodo en el colchón mientras oigo el agua de la ducha caer, como la arena de un fatídico reloj. Y cuando se termina, sé que ya falta menos para estar completamente solo. Sale de la ducha, la luz vuelve y yo me apoyo en un lado distinto del cuerpo por tercera vez en un minuto, buscando una posición que no existe en la que mis brazos no me molestan y el hombro no me duele tanto. Mientras se viste la miro con los ojos un poco más abiertos pero con el mismo sueño de las siete y media y espero a que vaya a desayunar para volver a cerrarlos por completo. Son cinco minutos, puede que un poco más, pero vuelvo a caer de lleno en los brazos de Morfeo, completamente. Así, cuando vuelve y se sienta en la cama, me sobresalto y me estremezco dentro de mi refugio.
- ¿Te habías vuelto a dormir, eh?
- ¿Yo?, qué va…
Sentada me dice lo que le depara el día y creo que lo oigo todo, porque la escucho, lo juro, pero un par de horas después, sus palabras suenan como un sueño dentro de otro.
Cuando llega la hora, nos despedimos con buenos deseos por mi parte y envidia por la suya. Y no me extraña. Al cerrar la puerta mis párpados parecen unidos por bisagras iguales y se tornan con un portazo. Después me acomodo y echo de menos su cuerpo junto al mío mientras bostezo. Parece imposible que me vuelva a volver a dormir, pero ya hay otra alarma esperándome a mí más tarde, para hacerme caer definitivamente al suelo de la realidad. Me doy un par de vueltas más usando el colchón como muelle y dejo que mi boca abierta lo diga todo contra la almohada. Va a ser un duro despertar.